La culpa en torno a la suciedad y el desorden en la niñez: obstáculo de la creatividad
Uno de los procesos típicos en la socialización del ser humano es el que se encarga de la limpieza y el orden. Esto consiste en mandatos que prohíben a bebés y niños a ensuciarse mientras comen, evitar la mugre durante o después de una sesión de juego, reprimendas que invalidan la disposición desordenada de juguetes y otros objetos, regaños que desaprueban el ensuciarse con orina, excremento, lodo, saliva, mucosidades, cerumen y otras sustancias que hacen ver lo real del cuerpo que busca escapar a los procesos represivos necesarios para afianzar la socialización.
Igualmente, el pensamiento es atravesado por la civilización para que funcione de manera organizada y secuencial, puesto que los saltos lógicos, la especulación, los giros de 180 grados y la alteración de fórmulas y prescripciones no embonan con las rejillas de la Ley en turno.
Es por lo anterior que tanto el niño neurótico incipiente por estos procesos civilizatorios como el adulto cristalizado en la neurosis, sienten ansiedad al momento de encontrarse con suciedad, desorden y experiencias que no encajan en sus rejillas internalizadas. Todo aquello que no sea compatible con las rejillas, genera repudio y ansiedad, por lo que el niño y el adulto dominados por esquemas neuróticos, tienen que llevar a cabo actos compulsivos de orden y limpieza.
Estas compulsiones de orden y limpieza son inflexibles porque durante la infancia y niñez que son periodos de suma vulnerabilidad, los pequeños son en extremo dependientes de la atención y el amor de padres y cuidadores. De modo que cuando los niños manifiestan suciedad y desorden, los mayores, para lograr obediencia rápida y absoluta, emplean una de las amenazas de crianza más potentes: la amenaza de dejar de amar al niño si persiste con el desorden y la suciedad. Esta amenaza de retirar el amor tiene distintas variaciones como coaccionar retirando el alimento, coaccionar con el abandono o coaccionar con diversas formas de humillación. En consecuencia, la creatividad, que es un proceso necesariamente caótico y sucio, engendra culpa y esta forma de culpa resulta que es la ansiedad de perder el amor de padres y cuidadores. En consecuencia, la muerte desde la perspectiva de un niño.
Es así que en la adolescencia y la vida adulta, cuando el sujeto se ve frente a la tarea de escribir una tesis, crear un cuento, redactar una carta, pensar distinto a su familia, cocinar, jugar con sus hijos, y encontrar soluciones que requieren pensamiento creativo y no lineal, utilizará las mismas estrategias represivas que padeció con sus padres, sólo que ahora las ejerce consigo mismo y con los demás, perpetuando estrategias neuróticas que por su fundamento, parten del miedo.
La página en blanco, el poema, la estrategia de contenido, la solución de un problema laboral y todo lo que demande creatividad, recuerda a la suciedad que los mayores de la generación precedente reprimieron con tanto ardor y diligencia. Sin embargo, la creatividad significa ensuciarse literal y metafóricamente.